En toda pieza habitada hay superficies de refracción que sólo notamos a medias: la madera barnizada, el metal más o menos pulido, la plata y el marfil, y aparte de éstos, otros mil transmisores de luz y sombra tan tenues que apenas consideramos como tales: la parte superior de los marcos de los cuadros, los bordes de lápices o ceniceros, de objetos de cristal o porcelana. Tal vez la acumulación de todos estos reflejos (que invocan a su vez otros reflejos ópticos igualmente sutiles, así como las asociaciones de ideas que parecemos conservar fragmentariamente en nuestro subconsciente, del mismo modo que un vidriero conserva las piezas de forma irregular por si le pueden servir algún día) podría explicar por qué Rosemary describió después como si se tratara casi de una experiencia sobrenatural el hecho de «darse cuenta» de que había alguien en la habitación antes incluso de volverse. F. Scott Fitzgerald “Tender is the night”