From - Fri Sep 26 23:24:09 1997 Path: news.unizar.es!news.rediris.es!newsfeed.mad.ibernet.es!news.mad.ibernet.es!sinfolan From: sinfolan@kender.es (jorfasan) Newsgroups: es.humanidades.literatura Subject: Mal te veo, =?ISO-8859-1?Q?mu=F1eca?= Date: Fri, 19 Sep 1997 19:13:33 +0200 Organization: sinfolan Lines: 142 Message-ID: <19970919191333660210@p5.kender.es> NNTP-Posting-Host: p1.kender.es Mime-Version: 1.0 Content-Type: text/plain; charset=ISO-8859-1 Content-Transfer-Encoding: 8bit X-Newsreader: MacSOUP E-2.2 Xref: news.unizar.es es.humanidades.literatura:5034 Mal te veo, muñeca ================== Ahora que te veo ahí, arrinconada, con tu sonrisa de cerámica, desgastada, eso sí por los besos y los sobeteos, siento que nada mereció la pena. ¿Te acuerdas cuando nos conocimos, hermana? Aunque sea por última vez recordarás, bien que sé que tu hueca cabeza no puede, que somos hermanos. Al menos por parte de padre, Geppeto se llamaba, quien luego se hizo famoso él mismo por construir lucrativas marionetas, alguna presa de encantamientos. Nuestro Geppeto, construía muñecos y polichinelas de encargo y era el más habilidoso de la ciudad de los canales y las ratas. Recordarás que soy un poco mayor que tú: me hicieron con roble navarro en primavera y tú, con cedro libanés pasado el verano, de aquel año que hubo una guerra con gentes del sur, lo cual era extraño en la república. Como todo objeto macizo de madera esférico, mi cabeza puede memorizar. Porque la tuya fue vaciada te ofrezco mis recordaciones en esta tu hora final en la que te haré revivir los hechos más dolorosos de nuestra animada existencia inanimada. Te evocaré cuándo te vi por primera vez. La verdad es que cuando conoces a alguien tan íntimamente, todas las sensaciones posteriores se apegan, como músculos y arterias, sobre el esqueleto inicial de la primera e íntima impresión. Tu osamenta era de cedro desbastado con el rostro de arcilla cocida sin pintar todavía. Carente de identidad, de sexo, sólo revelabas un pálpito brioso, rebelde, maligno también esa primera vez. Esa visión duró semanas. Un pedido urgente obligó al maestro a dejarte en aquel rincón oscuro desde el mediodía, durante dos meses y, aunque no deseo anegarte en el tedio de referirte cómo funcionaba el taller que te dio a luz, puedo asegurarte que la espera te impregnó un cierto temperamento, como se podrá colegir de los hechos que a continuación te relataré. Te acordarás de la vez que vino el mercader de tejidos Conti a recogernos. Sobre un anaquel de haya mal barnizada mirabas la escasa actividad tendera de Geppeto. Éste sabía de las aficiones, a las que mucho tiempo y perseverancia consagraba, de ventriloquía del comerciante, ¿Te acuerdas cómo todavía tomaba clases del maestro Werner? Ese austríaco bonachón y borrachín, que me hacía recitar versos de Dante y, a ti, declamar a Julieta, sin aletear apenas los labios. Podrás rememorar que nuestro amo era más bien torpe en su afición teatral, que él mismo era consciente de ello y, también, de que el negocio de telas iba viento en popa porque su padre lo había dejado sólido como una roca y su primo Gianni era un contable serio y honesto, Conti lo repetía a menudo. Torpe pero apasionado, una combinación que le llevó a buscar la solución, a su falta de maña teatral, en el lado oscuro de las negras magias. Recordarás el día que apareció con el Libro de ebúrneas cubiertas, el que quemó, después, la víspera de su muerte. Podrás rememorar porqué se enfadó y se entusiasmó contigo, bueno, consigo mismo, porque según te decía, había encontrado la puerta a la ventriloquía superlativa. Te agarró por la cabeza y te acercó a escasos milímetros de su chata nariz, te preguntó que era la ventriloquía, y te respondió que era dotar de alma a inertes muñecos, a proyectos de alma, a esbozos del espíritu. Bailó contigo, ebrio de euforia como estaba hasta la extenuación, te dejó sobre el escabel burdeos y se durmió. Una semana más tarde se casaba nuestro amo. Acuérdate que a todos causó sorpresa y que en las bodas se comentaba qué pronto se había casado con la hija de esa lejana tía, una doncella recién salida del convento de las hijas de María. Y como tú reposabas en el dormitorio nupcial, sostendrás que desfloró bruscamente a su joven esposa y que la propuesta, que le hizo tras ese asalto que dejó dolorida a la ama, fue sorprendente. Propuso, acuérdate, que guardasen santa castidad hasta sus muertes para honrar a dios nuestro señor, y la dama aceptó con celeridad pues sin duda temía otros asaltos de su recién estrenado esposo. Una propuesta de blanco matrimonio que, rememorarás, resultó un ardid. El día en el que se debería cumplir el mes de la ceremonia del casamiento, se celebró el funeral de la confiada señora, ahogada en la cama la víspera por nuestro amo. Te acordarías, si pudieras, porque esa fue tu última noche como Geppeto te había construido. La desgracia sobrevino por culpa del Libro de marfilinas cubiertas, el que calcinó, después, la víspera de su fallecimiento. En el capítulo dedicado a las posesiones de almas y espíritus te acordarás cómo se detallaba el encantamiento que arrastró a nuestro amo. Así, mientras el mercader Conti arrancaba las cuerdas vocales de su recién matada cónyuge, te fue diciendo cómo había descubierto, en el libro que le había vendido por cien soles napolitanos de oro un brujo de la alta Umbría, que el gran Paganini tenía un pacto con Belcebú y las cuerdas de su violín no eran sino las tripas de su mujer y de otras amantes. También te contó y más que relatarte fue ya un farfullar, preso de ciego trastorno y embrujada exaltación, de la satánica interpretación del violinista Tartini y su "Sonata del Diablo". Para poder implantarte los ligamentos vibrátiles de la laringe de su ahogada esposa, hubo de vaciarte la estaca del cráneo, y tú me apresuraste todos tus recuerdos para que fuera yo la memoria de ambos. Y entonces pudiste saber que era la voz de la doncella lo que nuestro amado dueño ansiaba, esa melódica voz de dulces tonos cálidos que se enronquecía un poco cuando chillaba. Recordarás los chispazos de ansiedad del amo, durante el escaso mes de su unión, cuando se juntaban para rezar juntos en la cabecera de su cama; y cómo fingía él molestias para poder oir a aquella voz recitar largos salmodios y plegarias en su latín conventual. El patrono, con precisión y pasión, acertó a colocarte las cuerdas vocales de su esposa, y la expresión bobalicona que Geppeto dibuja en nuestros rostros desapareció de tu faz: una viveza se te afiló en los pómulos y, ahora que afrontas tus últimos momentos, es justo evocarlo. Te acordarás cómo todos comprendieron el refugio del joven que había perdido a su esposa tan precipitadamente en el mundo del espectáculo, que tú hiciste estelar. Nuestro dueño pronto se hizo fama con tu melódica voz de dulces tonos cálidos que se enronquecía un poco cuando chillaba. Reconocerás que se tenía por mágica la habilidad de nuestro amado dueño que conseguía el dulce timbre sin mover nada los labios. Incluso ni los padres de la virtuosa difunta pudieron suponer que, aquella voz que tanto les admirara en los escenarios, fuera la misma que ellos habían alumbrado casi dieciocho años antes. Si haces memoria, finalizaba la estación del amor cuando cobraste vida en verdad y, llegada la noche, miraste a nuestro amado amo desde la silla de seda blanca que reposabas y le exigiste que mantuviera relaciones sexuales contigo. Todas las noches ordenabas a nuestro señor el débito conyugal y sostendrás nuestro patrón estaba cada vez más fatigado y asustado por tu vehemencia sexual. Podrás evocar, incluso, momentos de oración tras el agotamiento que le provocaba tu insaciable instinto, donde rogaba a lo oculto y hasta a lo divino, que viniera, junto a las cuerdas vocales, el apacible espíritu de la difunta. Y al cumplirse el año de la muerte de la inocente, llegó la muerte de nuestro amado señor, por una desconocida enfermedad de transmisión sexual, lo que nos llevó a ser olvidados en este almacén municipal. Ayer, el encargado del higiene, decidió que todos los contenidos de este contenedor irían al incinerador. Y ahora lo puedes ver ahí abiertas sus ardientes fauces, llamándonos. Muñeca de sonrisa de cerámica desgastada y sobada, insaciable amante y vengativa desmemoriada hermana, ésta es la última vez que me requieres el relato de nuestras vidas y la de nuestro difunto amo, y he de evocarte la causa de la muerte: fue una, hasta entonces ignorada, enfermedad de transmisión sexual: la carcoma. © Jorge Laespada, 1997 -- jorfasan ---------------- «La conclusión es el punto exacto donde se ha dejado de pensar» J. Cueto